EL ATLETA Y LA AUSTERIDAD

     EL ATLETA Y LA AUSTERIDAD  

     El atleta sale a correr otro día más. Imagina el recorrido que seguirá, planifica el ritmo que quiere adoptar, se ajusta los auriculares y selecciona la música que hoy quiere escuchar mientras entrena.
     El cronómetro que lleva en la muñeca ya ha localizado los satélites y el atleta se pone en marcha de forma lenta y progresiva, sin exigencias, sin caballos desbocados, cuando su corazón se va despertando y, poco a poco, se anima a latir con más alegría.
     Se adentra en el parque García Lorca, entre olivos, cipreses, rosales, fuentes, poesía y columpios y le da un par de vueltas mientras aviva el ritmo. Bruce Springsteen le sigue cantando al oído y el atleta no puede evitar sonreír.
     Sale del parque y se adentra en la ciudad, sorteando personas y automóviles con una agilidad asombrosa. Sin embargo, no consigue evadirse del todo, como otras veces, y a su mente comienzan a llegar de forma indisimulada imágenes de presidentes de gobierno, de recortes a funcionarios, de primas de riesgo subiendo como la espuma, de políticos corruptos que no se bajan los sueldos, de pensiones vitalicias, de mineros cabreados, de indignados que salen a la calle, de bolsas que se derrumban, de bancos que chupan la sangre, de coches privados pagados con dinero público, de paro, hipotecas, embargos…, de presunta austeridad. No puede evitar sentirse tremendamente enfadado y acelera el paso, convirtiéndose entonces en una gacela. Piensa en su familia, en cómo hará él mismo para darle de comer. Los tiempos han cambiado y ahora toca apretarse el cinturón. Realiza cálculos mentales pero no consigue encontrar la fórmula para llegar a fin de mes. Quizás debería vender su cronómetro y así sacar algún dinerillo extra.
     Sigue aumentando la cadencia de sus pasos y se aproxima a la Cuesta de Gomérez, la que le llevará hasta el bosque de álamos negros que se encuentra junto a la Alhambra. Ralentiza el paso, apaga el reproductor musical y se concentra en la subida. El Arco de las Granadas le saluda en su robustez cuando el atleta comienza a sentir el cansancio. Su corazón le brinca en el pecho y las piernas le pesan toneladas…, pero sigue corriendo, aunque su ritmo es el de un caracol.
     Termina la cuesta, ¡por fin!, y un par de kilómetros en llano le permiten recuperar el resuello perdido; un atisbo de sonrisa vuelve a dibujarse en su cara. Su pensamiento ahora está libre y sólo se preocupa por sentir el aire fresco de esta tarde de otoño, ese magnífico olor a tierra mojada que le trae sensaciones de la infancia, olvidada ya hace tanto. En estos momentos, la crisis no existe.
     De nuevo en la ciudad, el atleta sigue sorteando personas y automóviles, pero también perros, bicicletas y contenedores. Decide seguir su carrera de forma paralela al río Genil y llegan juntos donde éste abraza al Darro, el otro río de Granada.
     Y es junto a la orilla donde lo ve. Por un momento, no da crédito a sus ojos, pero sí, no hay duda. Es Fuentes, su amigo de la facultad, el número uno de su promoción, la gran promesa, el preferido por todos los profesores, el alumno más brillante. Está sentado sobre una manta roída donde, junto a él, dormita un perro pequeño y triste. Fuentes lleva una barba larga y enmarañada que le hace apenas reconocible, pero sus ojos siguen siendo los mismos, aunque ahora están barnizados de una cierta resignación. Sus ropas están sucias y desgastadas. El atleta, que ha ralentizado el paso, puede observar que sobre la manta hay también una vieja mochila y un cartón de vino de mesa abierto. No puede ser, pero es él, su amigo, su compañero. Fuentes da un trago del tetrabrik, acaricia el lomo de su perro y se afana en su tarea: construir un barco con grandes piezas de lego que debe de haber cogido de algún contenedor de basura.
     El atleta vuelve la cara, acelera su carrera, enciende de nuevo su reproductor musical –que pone a todo volumen- y se muerde los labios mientras piensa –por decir algo delicado- en presidentes de gobierno, en recortes a funcionarios, en primas de riesgo y en políticos corruptos.

Fernando G. Mancha 
Granada, 17 de julio de 2012